lunes, 26 de noviembre de 2007

Imágenes del cambio; fig.3: la pasión sincera de Delacroix



Una inyección de pasión en la fría piel de la pintura cortesana del siglo XIX. Eso es lo que supuso la irrupción de Eugène Delacroix para el mundo del Arte.

Eso y un intento de derribar el eurocentrismo que todavía seguimos arrastrando, especialmente en el mundo artístico. Inspirado en Lord Byron, Delacroix escandalizó a sus coetáneos con una muerte sanguinaria, una orgía de pasión y sangre, una mitologización de aquello que asusta a Occidente. El último rey de Babilonia arrasando todas sus pertenencias, humanas y materiales, ante la inminente derrota. Una especie de autoinmolación homicida. La crítica arremete contra la genialidad del francés por su "La Muerte de Sardanápalo" (1827-1828).

Tanto es así, que el pintor declaró: "El jurado está compuesto por tres asnos que acabarán convenciéndome de que he presentado un auténtico fiasco". Y es que, más allá de las reglas clásicas de la pintura, el genio de Delacroix volaba libre, había roto las barreras que separaban al confortable espectador de una obra de arte de la propia obra, que aquí cobraba vida -y horror- propia. Y eso siempre asusta.

Es un buen momento para escuchar a John Coltrane

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